Esta mañana me he despertado con los gritos histéricos y aterrorizantes de un vecino.
Estaba desperezándome y lo oí. Me asomé rápidamente a la ventana y la situación era realmente trágica. Este vecino, que es mecánico, estaba apisonado por un coche, su hijo pequeño (unos 20 años) estaba con él dando vueltas sin saber qué hacer ni cómo ayudarlo. Corrí temblando al teléfono y llamé al 112. El muchacho que me tomó la llamada, por mi forma de expresarme se puso muy nervioso también. Le daba señas y direcciones mientras observaba la escena. Veía cómo algunos otros vecinos se acercaban sin poder ayudarlo y el hombre seguía chillando y nadie le podía quitar el coche de encima.
Al final lograron recolocar el gato para levantar el coche y el hombre salió moviéndose y sano; así se lo comenté al chico de urgencias que anuló el aviso. El hijo se lo llevó en coche al médico.
Ha sido un momento muy angustiante. Ha pasado casi una hora y sigo temblando.
Esta escena me ha traído a la mente otras escenas que sufren a diario otras personas en otros países. Niños que tienen que ver cómo a sus vecinos y sus familias las torturan, cuando no les toca a ellos mismos. Me ha hecho reflexionar cuán desgastado deben tener el corazón y el alma de tanto dolor.
No puedo más con éste sentimiento de dolor, me aterroriza el dolor y no tolero superar este sentimiento acostumbrándome a él.